martes, 15 de noviembre de 2011

Historia de la casa del maíz de Eduardo Galeano

Andancio había quedado huérfano y sin casa. Peregrinando en busca de un lugar en la tierra, llegó a las orillas del golfo de México.
El rayo se irguió sobre sus posesiones. Apoyado en larga cola incandescente, fulminó al intruso:
¡Aquí no!—bramó, desde lo alto de su prestigio criminal. Y tronaron las furias del cielo.
Andancio señaló el horizonte. Hablando bajito, como pidiendo disculpas, alzó una piedra y desafió: ganará la pedrada que atraviese la mar entera.
El rayo no contestó, pero eligió su piedra, tomó impulso y la arrojó. La piedra del rayo trazó una curva asombrosa en el cielo, y tras rozar al sol se hundió en el agua, poco antes del horizonte.
Andancio convocó secretamente a la paloma y al pájaro carpintero. Entonces su cuerpo se hizo arco y disparó a la paloma, como si fuera piedra, y la paloma zumbó en el aire y se perdió de vista.
Poco después, el pájaro carpintero golpeó con su pico un árbol muerto, y ese golpe seco mintió que la piedra había caído en la otra orilla de la mar.
El rayo humilló su cabeza. Y fue obligado a irse allá donde su piedra había caído. Andancio mandó que el rayo anunciara la entrada del tiempo del agua en la tierra; y que enviando lluvia bañara su cuerpo y le diera crecimiento.
Y así Andancio tuvo tierra y lluvia, y tuvo también alto cuerpo y hojas y espiga y granos y pelo. Y fue maíz.



jueves, 26 de mayo de 2011

Diálogo entre textos

Se dice que las crónicas de Indias son textos fundantes de la literatura latinoamericana, en tanto dejaron su huella en las producciones literarias posteriores y fueron los primeros textos que adoptaron como tema el continente latinoamericano. Desde entonces, es posible leer la literatura latinoamericana a partir de algunas coordenadas vinculadas con este origen: la mirada del otro, la presencia del otro en el espacio local es, en efecto, una huella que puede rastrearse en la literatura latinoamericana posterior.
Augusto Monterroso evidencia el choque de culturas y las diferentes visiones con El eclipse.
                                                         
                                       El Eclipse de Augusto Monterroso 

  Cuando Fray Bartolomé Arrazola se sintió perdido aceptó que ya nada podría
salvarlo. La selva poderosa de Guatemala lo había apresado, implacable y
definitiva. Ante su ignorancia topogáfica se sentó con tranquilidad a esperar la
muerte. Quiso morir allí, sin ninguna esperanza, aislado, con el pensamiento fijo
en la España distante, en el convento de Los Abrojos, donde Carlos V
condescendiera una vez a bajar de su eminencia para decirle que confiaba en el
celo de su labor redentora
Al despertar se encontró rodeado por un grupo de indígenas de rostro impasible,
que se disponían a sacrificarlo ante un altar, un altar que a Bartolomé le pareció
como el lecho en que descansaría, al fin, de sus temores, de su destino, de sí
mismo.
  Tres años en el país le habían conferido un mediano dominio de las lenguas
nativas. Intentó algo. Dijo algunas palabras que fueron comprendidas.
  Entonces floreció en él una idea que tuvo por digna de su talento y de su cultura
universal y de su arduo conocimiento de Aristóteles. Recordó que para ese día se
esperaba un eclipse total de sol. Y dispuso, en lo más íntimo, valerse de aquel
conocimiento para engañar a sus opresores y salvar la vida.
-Si me matáis -les dijo -, puedo hacer que el sol se oscurezca en su altura.
  Los indígenas lo miraron fijamente y Bartolomé sorprendió la incredulidad en sus
ojos. Vio que se produjo un pequeño consejo, y esperó confiado, no sin cierto
desdén.
  Dos horas después el corazón de fray Bartolomé Arrazola chorreaba su sangre
vehemente sobre una piedra de los sacrificios (brillante bajo la luz opaca de un sol
eclipsado), mientras uno de los indígenas recitaba sin ninguna inflexión de voz, sin
prisa, una por una, las infinitas fechas en que se producirían eclipses solares y
lunares, que los astrónomos de la comunidad maya habían previsto y anotado en
sus códices sin la valiosa ayuda de Aristóteles.